Augusto Timoteo... Moyano
Aníbal Fernández actúa, incuestionablemente, como un lumpen político. Reclutado por el kirchnerismo de las filas del menemismo y el duhaldismo, fue uno de los arquitectos de la represión que produjo el asesinato de Kosteki y Santillán. También ofició de encubridor de los concesionarios del ferrocarril, en ocasión de los incendios de trenes. Es así que tiene abiertos diversos expedientes judiciales.
No sorprende, entonces, que la analogía que estableció entre Augusto Vandor y Hugo Moyano, con la única intención de atacar la gran huelga del martes pasado, tuviera el aire de una provocación. Equiparó el enfrentamiento entre Vandor y Perón, a mediados de los 60, con el que hoy protagonizan CFK y el dirigente de Camioneros, no para explicarlos políticamente sino para reducirlos al rasero de la “lealtad”. Como se ve, un horizonte intelectual limitado. Dada la responsabilidad de Perón en el surgimiento de la Triple A, la lealtad que reivindica Fernández se emparenta con el terrorismo paraestatal.
Augusto Vandor fue el mayor exponente histórico de la burocracia sindical de Argentina. Oriundo de la generación de delegados post “fusiladora”, consiguió para esa burocracia el nivel más alto de autonomía frente al Estado. En 1966 la puso al servicio del golpe de Onganía. Su ocaso comenzó poco tiempo después, cuando, desairado, llamó a la huelga general de marzo de 1967, que fue derrotada. Vandor fue hostil al Cordobazo, aunque llamó a una huelga al día siguiente de la rebelión mediterránea. El brillo de Vandor fue fugaz y frente a gobiernos débiles. La autonomía del vandorismo tenía varias facetas: así como, en una ocasión, Vandor bloqueó una intervención judicial a la UOM electrificando el edificio, atrincherándose en el interior y convocando a una movilización de los cuerpos de delegados, por otro lado inauguró el ajuste de cuentas sangriento en el sindicalismo, como lo mostró Rodolfo Walsh en la investigación de la muerte de Rosendo García, el número dos de Vandor.
Si Vandor exhibió también esa autonomía frente a Perón, esa posibilidad se la ofreció una circunstancia política objetiva: luego del fracaso del retorno de éste, en noviembre de 1964, todo el aparato justicialista buscó negociar una salida de la proscripción electoral. En 1965 el peronismo se presentó a las elecciones de renovación parlamentaria encabezado por Paulino Niembro, un vandorista. Varios círculos de la izquierda supusieron que Vandor pretendía crear lo que llamaron “Partido Obrero de Vandor”. La autonomía sindical se cristalizaría, así, en una autonomía política de la clase obrera; Vandor, en este caso, podría haber sido un precursor de Lula. Es aquí donde entra Moyano. En lugar de un partido propio, Vandor prefirió la alianza con el segundo ensayo ficticio de nacionalismo militar.
Hugo Moyano ha coqueteado varias veces con el tema de un “partido obrero”; por ejemplo, cuando reclamó en River “un presidente de los trabajadores”. Había rechazado esa posibilidad en A dos voces, cuando debatió la llegada de Lula a la presidencia de Brasil. En varias ocasiones declaró que “el peronismo está acabado”. ¿Moyano podría ser el ejecutor testamentario de la intención atribuida a Vandor? Moyano sabe, sin embargo, al igual que Vandor, que semejante proyecto significaría movilizar a la clase obrera contra el Estado y desarrollar una conciencia (programa) de clase. La burocracia sindical de hoy tiene fuertes intereses empresariales como para impulsar una “aventura” clasista. Por eso prefiere reclamar el tercio sindical en el PJ o promover una alianza con Scioli. Las fantasías con un “partido laborista” vienen desde la infancia del peronismo, con Cipriano Reyes. Pero la experiencia histórica demuestra que la autonomía política de los trabajadores sólo podrá ver la luz a través de una lucha contra la hegemonía de la burocracia sindical, de ningún modo a partir de ella. En definitiva, de la unión del movimiento obrero con la izquierda revolucionaria.
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