Mea nomás, no te quedés con las ganas
Había pensado no darle mayor importancia.
Pero los hechos revelan que la orina reclama más libertad.
De regreso un sábado cualquiera, del garage a mi casa, regueros de orina volcados contra las paredes, serpentean las baldosas.
No es cualquier emuntorio.
Es la depuración de jóvenes y otros no tanto, que vacían sus desesperadas vejigas a la vista, digamos, al público.
Como la semana pasada, cuando regresábamos a casa y los pibes meaban árboles, apiadados de la sequía que padecían los frondosos de la cuadra.
Hay que comprender: el reflejo miccional no sabe de cultura.
¿Cultura?
Costumbre va mejor.
Pero cuando creía que ayer había visto el meo más libertario, me equivoqué.
Resulta que ayer, después de tomar examen en la Cátedra del Muñíz, un pibe chorreaba su urea diluida contra la pared del Pabellón Koch, destinado a la internación de personas con tuberculosis.
Me asombró la escena, porque estaba a la vista, como en un acto de liberación líquida.
Le dije:
-Pibe, en el hospital hay baños
Y respondió:
Papi...no llegaba...
Le dije en voz alta y sin cambiar el paso:
-No soy tu "Papi". Si lo hubiese sido, te hubiera enseñado mejor.
Y seguí mi camino, pensando si el equivocado soy yo.
Pero como decía, la superación es cotidiana.
Hace un rato venía en el 132, pasando Once, cuando por la ventanilla veo a una chica de 8 o 9 años, agachándose en el borde de la vereda, entre el kiosco de diarios y un contenedor de basura, vertiendo orina, desahogando su deseo.
Qué se yo.
¿Es para tanto?
Estoy envejeciendo.
Las costumbres cambian.
Al fin de cuentas, echarse un cloro no tiene nada de malo.
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