Videla.
Maldito
asesino.
Hoy
me despierto y regreso en el tiempo, como cuando hace 37 años un compañero me dijo al pie de mi
cama: levantate, hay golpe de estado.
Nuestras
vidas cambiaron aunque ya conocíamos el terror de las persecuciones, secuestros
y asesinatos.
Ya
sabíamos de las ejecuciones, de las bandas fascistas, de la burocracia sindical
torturadora, de los muertos arrojados a zanjones a la vera de la panamericana.
Y de cadáveres amontonados en una esquina, acribillados a balazos.
Ya
sabíamos de amigos perseguidos, emigrados, acorralados entre denuncias de
otros, esos que apoyaron ese y otros golpes de estado, y la impotencia de no
poder salir a la calle, porque la patota te estaba esperando.
Tal
vez a la salida del ascensor de tu casa, en la entrada de tu trabajo, en la
puerta de la casa de un amigo, o cuando llegabas a tu casa y tu familia era
rehén de los secuestradores.
Si.
Ya
lo sabía.
Y
esa mañana del 24 de marzo, la noticia no fue novedad, pero cambió mi vida y la
muchos otros.
Los
que murieron en la tortura, sufrieron el horror máximo del cuerpo lacerado.
Malditos
asesinos.
Maldito
Videla.
Ayer
murió el maldito, uno de ellos.
Su
jefe.
Ese,
que estaba detrás de Isabel y lucía sus galones, otorgados por el peronismo
gobernante.
Hoy
es una mañana distinta.
Mientras
me preparo para vivir un día más, aquel del pasado podría haber sido el último,
antes del infierno.
Maldito
Videla.
No
hay victoria en la muerte.
Ningún
caído alcanza la victoria.
Ninguno
de los asesinados pudo ver y sentir más que el sufrimiento de su final agónico.
Maldito
Videla.
No
alcanzarán los días que me resten para maldecirte a vos y a los tuyos, a los
que horrorizaron, degradaron la vida y sometieron al tormento a otros que eran
como yo.
Maldito.
El
triunfo de la clase obrera y el socialismo será la única victoria que te
enterrará para siempre.
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