No me grite
Le digo que no estoy gritando, estoy en mi casa y desde la ventana veo como dos tipos se están por matar a botellazos y cuchillo... ¿pero con quién estoy hablando?
Almagro es una zona liberada.
Bien lo sabemos sus vecinos, que vivimos las historias del Fantástico Bailable, los asesinatos en las calles (¿recuerdan al pibe que mataron de un batazo en la nuca?), los robos al paso, los paqueros en las esquinas y tantos otros ejemplos de la decadencia de época.
Por supuesto, con la inestimable ausencia de la policía.
Recuerdo perfectamente las denuncias telefónicas a finales del siglo pasado, desoídas por la comisaría 9ª, cuando bandas que comulgaban en el Fantástico, se enfrentaban en la esquina de Billinghurst para dirimir sus borracheras al ritmo de botellazos.
Ni hablar de las innumerables denuncias de los vecinos cuando el ritmo cumbiero del mismo boliche superaba los 100 decibeles en el interior de nuestras casas.
En fin.
Nada que nadie desconozca en estas entrecalles, limítrofes con la república de Once.
Pero esta madrugada, asistí (¿sólo yo?), a la primera riña del año nuevo.
Escena 1: 03.30 regresamos a casa. Cuando me disponía a acostarme, un fuerte griterío me conmocionó. No era lo de siempre. Abajo, en la calle, en la esquina de Liniers y Rivadavia, una pelea de cuchilleros, anunciaba un final de primera sangre.
Escena 2: Veo por la ventana a dos contrincantes y un tercer observador parcial.
Describo sin eufemismo. Una persona de apariencia femenina, voz masculina, ropa liviana (por la escasa cantidad de género), cabellera oscura con su pelo recogido (un detalle de importancia en la pelea), revoleaba una botella de cerveza (observarán lo cerca que me situaba) de una marca brasilera en su mano izquierda, mientras trataba de recoger otro elemento contundente en la derecha, al mismo tiempo que esquivaba los ataques del contrincante y evitaba el encierro del observador parcial.
Una danza alocada con gritos y amenazas.
La botella era prolijamente arrojada al cuello del contrario, en un movimiento de guadaña de derecha a izquierda y viceversa, en el plano horizontal a la altura del cogote oponente.
En el extremo opuesto, un energúmeno de metro ochenta y 120 kilos, gorrita con visera hacia atrás, remera oscura y cortos tipo peso pesado, empuñaba una "punta" en su diestra, fuertemente aferrada, que dejaba exponer unos 10 cm de un brillante metal punzo cortante (observen mi meticulosa descripción).
El sujeto aprovechaba el vaivén del botellazo y arremetía de abajo hacia arriba y de afuera hacia adentro, con la punta amenazando el bajo vientre de su contrincante, cercado por momentos por el acompañante del segundo.
Fue una escena larga. Disculpen.
Escena 3: Pienso: mejor llamo a la yuta, porque aquí alguno termina desangrado.
Escena 4: Escuche (911): abajo de mi casa en Liniers y Rivadavia se están peleando a botellazos y cuchillo.
¿Qué me contesta el operador policial?
- No me grite!
No le grito, le estoy diciendo que se van a matar.
- No me grite...
¿Pero con quien estoy hablando?
- con un policía. bla.bla. bla....
(realmente no se escuchaba), hasta que me cortó!
Escena 5: Ahora ya hay un grupo que intercede entre el energúmeno de la "punta" y la Sra. de modales fuertes, que decidió intentar (no lo logró) romper la botella que blandía en la siniestra contra las baldosas de la vereda, mientras seguía arrojando fracasados intentos de cortarle el cogote al Sr. de la punta y gorrito.
Los intervenientes consiguieron disipar temporalmente la pelea a primera sangre.
Escena 6: no me rindo. Llamo nuevamente (911) y una voz femenina me dice que es policía. Le explico que el anterior operador me cortó y le relato la situación. Me pide una descripción de los forajidos.
Disculpen si ofendo (no es la intención). En un intento de síntesis le dije: uno de gorrita y remera y el otro parece un travesti. Botella vs punta.
- quedate tranquilo.
me dijo la operadora federal.
Final del cuento.
Miré por la ventana y la pelea se desplazaba de Liniers a Rivadavia. La Sra. retrocedía blandiendo la botella. La perdí de vista cuando se alejó por la avenida.
El otro le tiró varios puntazos al aire, mientras los que se habían acercado, se interponían en la danza cuchillera.
Me fui a dormir.
Era tarde.
Pensé en levantarme y escribir esta historia, pero me dije a mi mismo que la noticia podía esperar.
Feliz año viejo.
Epílogo: la yuta nunca vino
Luis T.
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