La sublevación militar en Ecuador fue el tema de conversación en esta última semana, que generó distintas opiniones, entre ellas que no era posible (o correcto) liquidarlo desde su comienzo, con una movilización popular y el armamento del pueblo.
Jorge Altamira analiza el problema con una claridad que exime de cualquier comentario.
Por este motivo reproduzco su artículo publicado en Prensa Obrera.
PO 1149 7/10/2010 Internacionales
El manual del golpista perfecto
Jorge Altamira analiza el problema con una claridad que exime de cualquier comentario.
Por este motivo reproduzco su artículo publicado en Prensa Obrera.
PO 1149 7/10/2010 Internacionales
El manual del golpista perfecto
No solamente en Ecuador la movilización contra la asonada o sublevación militar se limitó a un raquítico sector del oficialismo; en Buenos Aires no ocurrió siquiera esto, porque los K se conformaron con producir un encuentro relámpago de presidentes de la Unasur, que sirvió para dorar los blasones democráticos de Santos, Alan García y Piñera.
La protesta que encabezó Micheli ni siquiera puede ser juzgada como un apoyo a Correa, pues se trató más bien de un intento de camuflar el derrumbe de la CTA.
Nuestro partido marchó contra el golpe con una fuerte denuncia contra Correa y el resto de la izquierda quedó balbuceando por el ciberespacio.
Como ocurre siempre que domina la pasividad y la aceptación de los hechos consumados, florecieron las justificaciones.
Como no hubo golpe, nada mejor que un mate en casa. Para que lo ocurrido en Ecuador fuera conforme al golpismo, se habrían debido dar ciertas reglas que estuvieron ausentes. El golpe no dio lugar a una acción de repudio, pero sí a manuales sobre golpes. Los policías ecuatorianos no expresaron la intención de un golpe ni podrían haberlo hecho, porque a Correa lo apoyan los yanquis, porque no hay alternativas, porque Correa se corre a la derecha.
Si un hecho no puede ser ‘pensado', no existe.
La secta es una soga que se enrosca en si misma.
De acuerdo con los cánones que se han hecho circular, el levantamiento carapintada de Rico, en 1987, no fue un golpe -los primeros que señalamos ese hecho fuimos nosotros, los del PO, porque Izquierda Unida (MAS y PC) se alinearon con el gobierno de Alfonsín contra el ‘golpe' que no podía ser tal. Aunque la totalidad de los partidos y el gobierno norteamericano apoyaron al gobierno, el país y el PO salimos a las calles para exigir que el golpe que no era tal fuera aplastado.
Antes que Correa, hace un cuarto de siglo, Alfonsín se hizo presente en los cuarteles de los golpistas que no lo eran. Salió de allí con un pacto, al igual que lo acaba de hacer Correa con las fuerzas armadas de su país; en nuestro caso, la ley de obediencia debida.
De este modo, los golpistas no voltearon al gobierno, porque lo suyo no era un golpe, pero consiguieron imponer su propia política, como lo hacen todos los golpes, aunque alguien se empeñe en que no son tales.
Para algunos, ni siquiera el golpe de abril de 2002 contra Chávez fue eso porque, se alega, fue sustituido en la presidencia debido a que presentó la renuncia. Sin embargo, la respuesta popular al golpe le imprimió un nuevo rumbo al proceso bolivariano en Venezuela.
Los golpes que no fueron golpes abundan más que los golpes que son golpes.
Por ejemplo, en Argentina hubo cuatro de esos que no lo eran, entre 1962-63; en diciembre de 1975, la fuerza aérea lo intentó contra Isabel. El más famoso de estos fenómenos transitorios es el bombardeo de Plaza de Mayo en junio de 1955. En síntesis, todos estos golpes que no eran golpes acabaron como golpes: septiembre de 1955, junio de 1966, marzo de 1976.
Los golpes-no golpes prepararon los golpes-golpes.
Si no se aborta el golpe-no golpe, se acaba sufriendo el golpe-golpe.
Cuando se produce éste ya es tarde; hay que liquidar al primero con la movilización popular y el armamento del pueblo.
Que los charlatanes redacten manuales, nosotros tenemos la obligación de procurar transformar toda crisis del régimen capitalista en una oportunidad de desarrollo revolucionario.
J.A.
J.A.
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