La
salud actual y la decadencia capitalista
El
último cuarto del siglo XX asistió al fracaso de la política diseñada a nivel
planetario para disminuir el incremento del gasto en salud, operado a partir de
los avances en tecnología diagnóstica, nuevos productos farmacéuticos, nuevos escenarios
sanitarios (caracterizados por la irrupción de nuevas enfermedades y otras
reemergentes), en el marco del Nuevo Orden Económico Internacional, al que
adhirieron el conjunto de naciones que suscribieron la Declaración de Alma
Ata en 1978.
El
año 2000 no alumbró la “salud para todos” y muy por el contrario, las
enfermedades que se creían superadas, regresaron desafiando los supuestos teóricos
elaborados por las organizaciones de salud internacional, funcionales a los
intereses del capital.
El
cólera en Latinoamérica, el dengue y la fiebre amarilla, el paludismo en el
África negra, la tuberculosis y el sida, las fiebres hemorrágicas, desmintieron
a la intelectualidad y a los funcionarios de salud, que pronosticaron el fin de
las enfermedades transmisibles.
La
economía internacional, las recomendaciones del Banco Mundial y de la
organización Mundial del Comercio marcaron la orientación del gasto en salud.
El
siglo XXI no deparó mejor suerte a los pronosticadores del negocio de la salud.
Un
nuevo paradigma iluminó el mercado de la salud: los objetivos del milenio (ODM).
Este
nuevo plan sanitario mundial proponía erradicar la pobreza extrema y el hambre;
lograr la enseñanza primaria universal; promover la igualdad de género y el
empoderamiento de la mujer; reducir la mortalidad de los niños menores de 5
años; mejorar la salud materna; combatir el sida, el paludismo y otras
enfermedades; garantizar la sostenibilidad del medio ambiente y fomentar una
alianza mundial para el desarrollo.
Una
vez más, la crisis capitalista internacional derrumbó el programa sanitario.
Dice el informe de
Naciones Unidas 2012: La desigualdad está afectando negativamente a
las ganancias y ralentizando los avances en áreas clave. Los logros se
han distribuido de forma desigual entre las regiones y países. Más aún, para algunos ODM los avances se han ralentizado luego de las múltiples
crisis del período 2008-2009.
La crisis financiera dejó
al desnudo que el empleo vulnerable disminuyó en pequeña proporción, la
mortalidad materna esta lejos de la meta, las fuentes de agua siguen siendo
bajas en áreas rurales, el hambre sigue siendo un problema mundial, crece la
cantidad de gente que vive en tugurios, la desigualdad de género y la
discriminación gobiernan las relaciones laborales, la tenencia de bienes y la
participación en las áreas de gobierno.
Un mapa del fracaso de la
organización capitalista de la salud, que renovó sus metas fracasadas con Alma
Ata y que no puede superar los límites que impone la crisis definitiva del
capitalismo internacional.
Los planes de salud
obedecen en toda la regla a las relaciones impuestas por la burguesía y el imperialismo,
que gobiernan el negocio capitalista de la salud.
Particularmente en nuestro
país, el objetivo principal de los gobiernos ha sido disminuir el gasto en
salud, imponiendo recortes al gasto público y transfiriendo al sector privado
los beneficios de la extracción de la ganancia producida por la venta de los
servicios de salud, modificando las relaciones laborales (flexibilización
laboral) a favor de las patronales tanto privadas como públicas (el propio
estado), recortando el presupuesto del estado destinado al financiamiento de la
salud pública, reconstruyendo las ganancias de las empresas farmacéuticas que
particularmente en Argentina sufrieron un fuerte retroceso en la crisis del
2002, y promoviendo a las empresas privadas de medicina a las que le
facilitaron el ingreso al mercado de la seguridad social.
Los tres sectores que
históricamente formaron la estructura de la salud en el país - el sector
público, la seguridad social y la medicina privada- han transmutado en un
negocio que combina la tercerización de servicios del estado y la transferencia
de recursos al sector privado, la pérdida definitiva del concepto de
solidaridad que sostenía a las obras sociales sindicales que ahora comparten
con la medicina privada la venta de servicios a sus propios afiliados
sindicales y en muchos casos, la propia transformación de la obra social
sindical en una empresa de medicina prepaga.
En definitiva, los
capitalistas de la industria farmacéutica, de las instituciones de salud
pública y privada, y la industria de la tecnología diagnóstica entre otras, han
orientado sus planes a la obtención de superganancias, en un mercado
internacional que se ha reconcentrado.
Prueba de ello fueron las
fusiones operadas en la década del 90 entre las instituciones privadas de salud
y la fusión de las obras sociales con empresas privadas que comercializan los
servicios prepagos, favorecidos por la desregulación de las obras sociales.
Un entramado que alimentó
el aumento del gasto de salud individual de aquellos sectores asalariados de
mayores ingresos que fueron tentados a transferir sus aportes a sistemas mixtos
(privados y de la seguridad social) en búsqueda de una mejor calidad de
servicios, descremando al segmento de mayor capacidad de aporte “solidario” en
las obras sociales, que trajo como consecuencia el desfinanciamiento de los
asalariados que con menores recursos (sueldos más bajos) debieron quedarse en
sus obras sociales, ahora fundidas por los aportes insuficientes.
Los negocios privados en
la salud pública, más precisamente en los hospitales públicos, han florecido al
ritmo del ingreso de las universidades privadas que usufructúan el espacio del
hospital público sin costo alguno, mientras perciben los ingresos de la venta
de sus servicios educativos privados.
La tercerización de las
empresas encargadas de la limpieza, mantenimiento, alimentación, limpieza y
lavandería, obedecen a la transferencia de sectores rentables para el negocio
privado, liquidando fuentes de empleo estatal y favoreciendo la flexibilización
de los trabajadores que ahora desempeñan esas mismas tareas, pero en empresas
privadas que venden sus servicios al estado.
En este cuadro de
situación, la crisis del sector salud golpea a la población de trabajadores sin
empleo, a los jubilados, a la juventud desocupada y a los asalariados de bajos
ingresos que componen la mayoría de la clase obrera en nuestro país.
Ni la salud para todos en
el año 2000 ni los incumplidos objetivos del milenio han podido resolver los
problemas sanitarios de la población y especialmente de los más pobres.
Las recientes inundaciones
en la ciudad de La Plata
y en la propia Ciudad de Buenos Aires, dejaron al descubierto el fracaso de la
política sanitaria, que impulsada desde distintas jurisdicciones y por
distintos actores políticos tienen en común su contenido capitalista.
La solución a los
problemas sanitarios, no provendrán de nuevas reformulaciones de los fracasados
planes impulsados por la burguesía.
Ni la “salud comunitaria”,
ni la “salud ambiental”, ni ninguna variante de la estrategia de atención
primaria, pueden resolver los problemas
sanitarios sin afectar la estructura capitalista del negocio de la salud.
Los objetivos del milenio
ya encontraron el límite en la crisis financiera mundial y el 2015 asoma entre
convulsiones sociales, la quiebra de los estados europeos, la crisis de
superproducción de mercancías, el desempleo y la miseria social.
La solución de los
problemas sanitarios, desde la salud individual, el acceso a la vivienda, el
aprovisionamiento de agua segura, el acceso gratuito a los servicios de salud y
a los medicamentos, la planificación familiar, el aborto seguro, la salud
materno infantil, la vejez, hasta la conservación del medio ambiente, solo se
podrán resolver en el marco una profunda movilización social, el reordenamiento
de la sociedad sobre nuevas relaciones sociales, el gobierno obrero y el
socialismo.
Luis Trombetta