domingo, 29 de diciembre de 2019

Me punguearon en el Muñiz


El día viernes me robaron el teléfono celular.
Fue un robo al paso.
Caminaba por el Hospital desde el pabellón 30 hacia la entrada, por el camino paralelo al laboratorio.

Despreocupado, llevaba desabrochado el guardapolvo.
Hacía calor.
Llevaba la billetera y el celular en el bolsillo izquierdo del guardapolvo.
Maldito momento en que pensé ir al cajero del banco.
En el ir y venir, caminó gente a mi lado.
Como siempre.

En la explanada del ingreso al edificio, frente a la Terapia 3, me encontré con un médico amigo.
Como siempre, un intercambio de saludos y abrazos.
Ingresé al edificio rumbo al cajero.

Allí me di cuenta: me habían pungueado el celular.
Salvé la billetera.
El odio me invadió: por el robo, por el mal nacido que me robó y por mi descuido.

¿Cómo no tomé la precaución de abrochar el guardapolvo?
¿Cómo no percibí que entre los caminantes, pasajeros de siempre y otros no, acechaba un hijo de puta?

Regresé desesperado sobre el camino recorrido: no lo encontré.
Ya en la sala 20, la solidaridad de las enfermeras, no se demoró.
Llamaron al celular pero ya estaba apagado.

Me robaron y no dejo de pensar en el ladrón.

Esta misma semana me solicitaron un informe sobre hechos de violencia en la División C.
Recorrer unos minutos las unidades, conversar con el personal, con los compañeros, revisar el libro de Enfermería, alcanzó para identificar los últimos vandalismos.
Nada nuevo.
Pero me tocó a mí.

Luis Trombetta

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