domingo, 21 de julio de 2019

Mugre, festejos y salutaciones en la Facultad de Medicina


Mi publicación en Facebook de unas fotografías tomadas en la vereda de la Facultad de Medicina de la UBA, en la que se muestra la inmundicia que acompaña los festejos del reciente egresado universitario, despertó algunos comentarios, entre ellos el que señala que el festejo aludido es un hecho cultural y contrapone la diferencia en el comportamiento del Estado ante los puestos de comidas y la higiene de las calles, de acuerdo a la zona de la Ciudad privilegiada por la política.
Exactamente, es la política la que decide.

Pero yo estoy señalando que la inmundicia que siembran egresados universitarios, es un comportamiento individual y de su entorno, que ha tomado un carácter generalizado, apartándose de la singularidad, para adquirir una nueva categoría, es decir, una nueva costumbre, que sinceramente, tampoco es nueva. Y tampoco está sujeta a una política en particular.
También ocurría cuando ingresé a la Facultad con el gobierno de Cámpora y cuando egresé con la dictadura militar.

Lo curioso es que se naturaliza que ensuciarse, ensuciar a otro, incluso el espacio público, contenga un carácter liberador del pasaje de la condición de estudiante a egresado universitario.

Si la mugre y el recubrimiento con diferentes sustancias (muchos de ellas alimentos) surge como la alegría de haber culminado un ciclo, sería más lógico que enlodaran a la universidad (victimaria) y no a las víctimas del estudio, sufrientes de materias y exámenes.
Si haber alcanzado el objetivo o meta del estudiante, lo premia con basura que se extiende desde el cuerpo hacia el espacio público, y mostrarse ataviado de ropas sucias, convertido en una masa de productos que definitivamente producen un rechazo natural, bueno sería saber por qué no les regalan rosas, perfumes, flores, laureles, en vez de una corona de asquerosidades.

Respecto al local que vende comida en la entrada de la Facultad, lo primero que pienso es que alguien habilitó su permanencia, y probablemente sea el mismo que le permite vender alimentos perdiendo absolutamente la cadena de refrigeración, el control bromatológico y seguramente la infinidad de irregularidades impositivas.

El enlodamiento del egresado, cual lapidación con alimentos y bebidas, es un festejo bizarro.
Incluso debería ser considerado como el eufemismo del castigo físico.
Tirarle o romperle huevos frescos en la cabeza del egresado, es una expresión de un impulso reprimido, agresivo, sobre la víctima egresada.

Me pregunto si el hecho en sí de egresar, de resolver satisfactoriamente la última prueba o examen, no despierta en sus acompañantes circunstanciales en el momento de la lapidación con comida, un deseo de posesión del cuerpo del otro, del egresado que se ha separado de su anterior grupo y que ahora ya no pertenece a ese linaje.
Esa nueva pertenencia, mejor dicho el ingreso a una nueva categoría (egresado/profesional), pone una distancia entre el emergente y su anterior pertenencia.

¿Es una felicitación o es un castigo?

Cuando yo aprobé el último examen que daba por terminada mi carrera como estudiante, el examinador (no daré su nombre, pero fue una eminencia en su especialidad), no solo me sometió a un interminable interrogatorio sobre mis conocimientos de la materia del que salí con su aprobación, sino que además me estrechó la mano, me dijo casi textualmente que ahora estaba en el "otro lado" de la mesa examinadora, y que además me invitaba a continuar junto a él en mi futura especialización.

Evidentemente, la condición de estudiante, tiene un lado B poco publicitado, pero muy reconocido por todos.
Materias que no atraen, docentes que no satisfacen al alumnado, superposición de materias, horarios, y dificultades que imponen una estancia sacrificada, en pro de la obtención del título profesional. Es vencer la “carrera” de obstáculos.

¿Y cuando finaliza el ciclo de sometimiento (disculpen que lo llame así), los amigos lo embadurnan, lo dejan a la intemperie, le sacan fotos, los ridiculizan en la calle y como si fuera poco, frente a sus familiares y amigos los enmarcan en la apoteosis de la inmundicia, el ahora egresado recibe el premio del castigo corporal (y por qué no psíquico), que lo pone bajo el signo del sindrome de Estocolmo, versión universitaria?

¿No habrá en esta escena de sometimiento, un sentimiento de culpabilidad, que se paga entregando el cuerpo a los verdugos que celebran al reciente graduado?
El deleite, el placer, la satisfacción individual no es motivo ni causa de juicio, aprobación, ni debate público. Menos aún de legitimación por un jurado.
El cuerpo y la mente, pertenecen únicamente a la persona y cada individuo es absoluto dueño de sus elecciones.

Si gusta una determinada forma de adquirir el placer (y por supuesto no me refiero a las conductas antisociales, perversas, o directamente ofensiva o criminales), no hay lugar ni a la crítica ni a su justificación.

Pero que se apruebe o se contemple como un cambio cultural virtuoso una acción que descalifica al individuo, a la persona, va más allá de la tolerancia y la comprensión de una nueva cultura,  de un floreciente paradigma cultural superador.


¿La mugre es la expresión de una cultura progresista?
A mí no me gusta.

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