Mi publicación en
Facebook de unas fotografías tomadas en la vereda de la Facultad de Medicina de
la UBA, en la que se muestra la inmundicia que acompaña los festejos del
reciente egresado universitario, despertó algunos comentarios, entre ellos el
que señala que el festejo aludido es un hecho cultural y contrapone la
diferencia en el comportamiento del Estado ante los puestos de comidas y la
higiene de las calles, de acuerdo a la zona de la Ciudad privilegiada por la
política.
Exactamente, es la
política la que decide.
Pero yo estoy
señalando que la inmundicia que siembran egresados universitarios, es un
comportamiento individual y de su entorno, que ha tomado un carácter
generalizado, apartándose de la singularidad, para adquirir una nueva
categoría, es decir, una nueva costumbre, que sinceramente, tampoco es nueva. Y
tampoco está sujeta a una política en particular.
También ocurría
cuando ingresé a la Facultad con el gobierno de Cámpora y cuando egresé con la
dictadura militar.
Lo curioso es que se
naturaliza que ensuciarse, ensuciar a otro, incluso el espacio público,
contenga un carácter liberador del pasaje de la condición de estudiante a
egresado universitario.
Si la mugre y el
recubrimiento con diferentes sustancias (muchos de ellas alimentos) surge como
la alegría de haber culminado un ciclo, sería más lógico que enlodaran a la
universidad (victimaria) y no a las víctimas del estudio, sufrientes de
materias y exámenes.
Si haber alcanzado el
objetivo o meta del estudiante, lo premia con basura que se extiende desde el
cuerpo hacia el espacio público, y mostrarse ataviado de ropas sucias,
convertido en una masa de productos que definitivamente producen un rechazo
natural, bueno sería saber por qué no les regalan rosas, perfumes, flores,
laureles, en vez de una corona de asquerosidades.
Respecto al local que
vende comida en la entrada de la Facultad, lo primero que pienso es que alguien
habilitó su permanencia, y probablemente sea el mismo que le permite vender
alimentos perdiendo absolutamente la cadena de refrigeración, el control
bromatológico y seguramente la infinidad de irregularidades impositivas.
El enlodamiento del
egresado, cual lapidación con alimentos y bebidas, es un festejo bizarro.
Incluso debería ser
considerado como el eufemismo del castigo físico.
Tirarle o romperle
huevos frescos en la cabeza del egresado, es una expresión de un impulso
reprimido, agresivo, sobre la víctima egresada.
Me pregunto si el
hecho en sí de egresar, de resolver satisfactoriamente la última prueba o
examen, no despierta en sus acompañantes circunstanciales en el momento de la
lapidación con comida, un deseo de posesión del cuerpo del otro, del egresado
que se ha separado de su anterior grupo y que ahora ya no pertenece a ese
linaje.
Esa nueva
pertenencia, mejor dicho el ingreso a una nueva categoría
(egresado/profesional), pone una distancia entre el emergente y su anterior
pertenencia.
¿Es una felicitación
o es un castigo?
Cuando yo aprobé el
último examen que daba por terminada mi carrera como estudiante, el examinador
(no daré su nombre, pero fue una eminencia en su especialidad), no solo me
sometió a un interminable interrogatorio sobre mis conocimientos de la materia
del que salí con su aprobación, sino que además me estrechó la mano, me dijo
casi textualmente que ahora estaba en el "otro lado" de la mesa
examinadora, y que además me invitaba a continuar junto a él en mi futura
especialización.
Evidentemente, la
condición de estudiante, tiene un lado B poco publicitado, pero muy reconocido
por todos.
Materias que no
atraen, docentes que no satisfacen al alumnado, superposición de materias,
horarios, y dificultades que imponen una estancia sacrificada, en pro de la
obtención del título profesional. Es vencer la “carrera” de obstáculos.
¿Y cuando finaliza el
ciclo de sometimiento (disculpen que lo llame así), los amigos lo embadurnan,
lo dejan a la intemperie, le sacan fotos, los ridiculizan en la calle y como si
fuera poco, frente a sus familiares y amigos los enmarcan en la apoteosis de la
inmundicia, el ahora egresado recibe el premio del castigo corporal (y por qué
no psíquico), que lo pone bajo el signo del sindrome de Estocolmo, versión
universitaria?
¿No habrá en esta
escena de sometimiento, un sentimiento de culpabilidad, que se paga entregando
el cuerpo a los verdugos que celebran al reciente graduado?
El deleite, el
placer, la satisfacción individual no es motivo ni causa de juicio, aprobación,
ni debate público. Menos aún de legitimación por un jurado.
El cuerpo y la mente,
pertenecen únicamente a la persona y cada individuo es absoluto dueño de sus
elecciones.
Si gusta una
determinada forma de adquirir el placer (y por supuesto no me refiero a las
conductas antisociales, perversas, o directamente ofensiva o criminales), no
hay lugar ni a la crítica ni a su justificación.
Pero que se apruebe o
se contemple como un cambio cultural virtuoso una acción que descalifica al
individuo, a la persona, va más allá de la tolerancia y la comprensión de una
nueva cultura, de un floreciente paradigma
cultural superador.
¿La mugre es la
expresión de una cultura progresista?
A mí no me gusta.
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