jueves, 24 de agosto de 2017

No estamos para chistes

No estamos para chistes

Una sociedad que cuenta con un 30% de personas pobres, que no alcanzan a satisfacer y alcanzar un nivel de vida medianamente confortable, tanto en términos sociales (división de clases cada vez más distanciadas y desiguales entre sí), económicas (dominio de la riqueza en un sector más reconcentrado), culturales y educativas (tanto por la degradación del docente como por el abandono de la escolaridad), y tantos males que derivan de una organización social incapaz de resolver los problemas del cuerpo social, no se puede permitir este tipo de imbecilidades.

La fotografía ofende la inteligencia.

El acto en sí, es insultante.

No despierta más que el repudio a una pose forzada, que vacía de contenido su objetivo, si es que en verdad lo tuvo.

Propaganda que trata de idiotas a todo el cuerpo social.
Pero especialmente nos pone en condiciones de infantes, de débiles y fácilmente domeñables por un aparato propagandístico que ni siquiera se esmera en producir un producto de calidad (no en el sentido artístico) sino en su capacidad persuasiva.

¿Será posible que estos funcionarios nos traten de estúpidos?

El Sr. Bergman debería saber que del ridículo no se vuelve.

Sin embargo, es posible que su performance, sea reivindicada por el gobierno.
En una sociedad herida por la trata de blancas, el narcotráfico, la complicidad de los aparatos represivos del estado, la desaparición forzada de Maldonado, la eterna traición de las burocracias sindicales, Bergman es apenas un detalle inoportuno.
Su verdadero significado no está en el ropaje camuflado sino en el sometimiento que propone a la conciencia social.

Un modelo cultural, una forma de propaganda, un discurso que ofende.
Si no fuera una parte esencial de una concepción política y de su carácter de clase, por lo menos sería un payaso.

No estamos para chistes.

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