jueves, 7 de abril de 2016

Recuerdos amargos

Hace pocos días, una jovencita me pidió que le escribiera unas líneas sobre el 24 de marzo.
Esta es la carta que le envié.
Un poco de mi historia.
Un recuerdo amargo.

Recuerdos amargos

El golpe estuvo precedido por el Rodrigazo.
Cuarenta y un años después un nuevo rodrigazo nos sacude hasta estremecer, pero sin horizonte de golpe militar.
Desde el 74 asistimos a la represión social. Antes también.
Un movimiento obrero y juvenil, con la intervención masiva de los estudiantes, reclamaba al gobierno peronista terminar con el pacto social que había firmado el ministro de economía Gelbard, con el acuerdo de la burocracia sindical peronista y que suspendía las paritarias por dos años.
¿Impensable ahora, verdad?
Pero fue así.
El gobierno de Cámpora naufragó en 43 días y su sucesor, Lastiri, era un peón de López Rega, el fundador de la triple A.
Perón, antes que nadie, aseguró a López Rega en el Gobierno y el ex policía retirado creció hasta la altura de Ministro y consejero de María Estela Martínez de Perón, luego viuda del ex presidente y Presidente de la Nación.
Las huelgas obreras sacudieron todo el país, y en Villa Constitución, los obreros de la UOM tomaron las fábricas y la Ciudad.
El gobierno peronista les envió a los militares.
Además operaron las bandas fascistas todas las noches.
Ciudad sitiada. Asesinatos y secuestros operados por la burocracia sindical peronista y la Triple A.
En el 75 se acentuó la represión.
La huelga general de junio y julio barrió el plan Rodrigo y echó a López Rega.
El triunfo de la clase trabajadora tenía límites.
Si se demolieron los topes a los aumentos de los salarios, la carestía trepaba al borde la hiperinflación.
La suerte estaba echada: Massera y Videla preparaban el golpe de estado, bajo la mirada impertérrita de la dirigencia peronista.
Luder, presidente del senado ocupó el cargo de presidente, cuando Isabel se tomó una licencia.
No perdió el tiempo: firmo el decreto de aniquilamiento de la subversión y el operativo Independencia en Tucumán.
Las calles de Buenos Aires amanecían con pilas de cadáveres acribillados.
Los zanjones de la panamericana y los alrededores del Tigre, Carupá, San Fernando y en el sur Avellaneda y más allá, fueron la sepultura de jóvenes torturados por la triple A y la burocracia sindical peronista.
La antesala de los grupos de tareas.
Esos mismos parapoliciales que guardaban sus automóviles y armas en el Ministerio de Bienestar Social de la nación, se incorporaron después del golpe a los grupos de tareas que operaron en centros clandestinos como automotores Orletti, en Floresta, La Perla en Córdoba y la Escuelita en Famaillá, Tucumán.
La barbarie se desató mucho antes del 24 de marzo.
La juventud depositó sus esperanzas en el peronismo y el espejismo de la revolución social confundió a las masas.
No habría Patria Socialista de la mano de Perón.
El golpe fue precedido por el “aero golpe”, encabezado por el Brigadier Capellini, que hizo volar a sus aviones con las alas pintadas con la leyenda Cristo Rey.
El fascista probó su oportunidad, regresó a la base aérea y le dijeron que esperase en su casa.
Los comandantes que acompañaban a Isabel, le habían puesto fecha: 90 días después del discurso de diciembre.
La fecha elegida fue el 24 de marzo del 76.
Ese día me despertó un amigo que me visitó en casa: levantate que hay golpe de estado.
Empezamos una nueva etapa.
Los primeros días 200 fábricas del país, principalmente en el cordón industrial del conurbano norte, pararon en sus lugares de trabajo.
Pero no era suficiente.
La burocracia peronista se borró.
Esas fueron las palabras de Casildo Herrera, secretario general de la CGT.
Las patotas comenzaron a operar a cara descubierta.
Los secuestros fueron de día y de noche, pero la gente no los veía.
No los creía.
No quería verlos.
La dictadura militarizó el país.
Salías a la calle y corrías el riesgo de ser detenido.
Pero la gente lo negaba.
Por “algó será”, funcionó como anestesia para las conciencias de los que apoyaron a los golpistas.
Muchos le dieron la espalda a las vejaciones y justificaron los martirios de los detenidos.
“Andaban en algo”.
Cuando los primeros desaparecidos comenzaron a notarse, la dictadura dijo que se habían ido del país.
La gente dijo que los subversivos vivían cómodos en Francia.
Otros, infelices irrecuperables, dijeron que los estaban concentrando en “granjas de recuperación”.
No.
No eran granjas.
Eran campos de concentración.
Después los tiraban al mar.
O los quemaban en tanques de 200 litros junto con cubiertas de autos. Fue lo que se supo que ocurría en la ESMA.
O los sepultaban en fosas comunes.
O aparecían acribillados en fusilamientos masivos; hasta en detonaciones con dinamita, asesinados en la Ricchieri, camino a Ezeiza.
Fusilaron a un pibe en el Obelisco.
Enterraban en tanques de 200 litros y los tiraban en arroyos  del delta
Pero por algo será decía la gente.
Los argentinos somos derechos y humanos, fue el eslogan oficial.
Vivimos en la barbarie.
Perdimos amigos.
Muchos nos dieron la espalda y nos abandonaron.
Cada uno a su suerte.
Por algo será.
Las familias de los desaparecidos sufrían el silencio impuesto por una sociedad que saludaba la bota militar.
El golpe tuvo muchos adeptos.
Los militares no estaban solos.
No solo eran los financistas y los empresarios.
Gente de a pie vitoreaba a Videla.
El Mundial del 78 fue festejado en el Monumental en presencia de la cúpula militar.
Videla alza los brazos con el gol del campeonato.
La gente festeja.
Los detenidos en la ESMA mueren en la tortura a poca distancia del estadio de River.
Esa fue la dictadura.
Un plan de liquidación de una juventud que esperaba una revolución del peronismo, y que recibió el plomo peronista de las bandas lopezrreguistas y que dejó pasar el golpe de estado más sanguinario de la historia.
Una juventud que exigía una Patria Socialista y que el peronismo liquidó de a poco, primero con los asesinatos de los dirigentes fabriles, después con la expulsión de la JP de la Plaza de Mayo, siguió con el Operativo Independencia y abrió las puertas del genocidio.
Fueron años amargos.
Muchos peor para los secuestrados y asesinados.
Vivir en el miedo.
Sentirse perseguido.
Saberse delatado.
Sobrevivir.
Pero por sobre todo, luchar contra la dictadura, como se pudiera.
Muchos se enteraron que hubo una dictadura cuando se estaban cayendo.
Fue después de Malvinas.
Porque hasta en Malvinas, “la gente” apoyó a los militares.
Después de una marcha contra la dictadura el 30 de marzo del 82, al día siguiente Galtieri recibió la ovación de una Plaza de Mayo que saludó el 2 de abril.
Inmediatamente los dirigentes de los partidos que habían reclamado en la Multipartidaria contra la dictadura, viajaron por el mundo dándole apoyo a los milicos.
Usaron Malvinas para intentar salvarse del derrumbe.
Y la gente otra vez festejó la bravuconada.
Que vengan. Le daremos batalla, vociferaba Galtieri.
Después vinieron las mentiras y la derrota.
Otra vez, la “gente” se enteró que les habían mentido.
Que no estábamos ganando la guerra.
Mejor no seguir.
Se hace largo y las palabras se repiten.
Hace 40 años quisieron matarnos.
Aquí seguimos.

Luis Trombetta
7 de abril de 2016

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