25 de febrero de 2016
Para Prensa Obrera
Por
Alejandro Guerrero
Eco
y la universidad “elitista”
En 2013, cuando ya
tenía 81 años, Umberto Eco dijo en Burgos -la universidad de esa ciudad le
había dado el título de doctor honoris causa- que los claustros universitarios
debían reservarse “a una elite”. El autor de Cómo se hace una tesis aseguró que
el número de estudiantes es “excesivo” y, además, señaló “la sustitución del
papel del docente en manos de Internet”. A renglón seguido, recordó que “las
mejores épocas universitarias” fueron aquellas que reservaron las casas de
estudios para unos pocos.
Eco añadió entonces que
“el exceso de alumnos entorpece la actividad académica y aboca a las
universidades a la crisis”, y agregó: “La progresiva influencia de las nuevas
tecnologías ha modificado la relación de los alumnos con los profesores,
especialmente desde la explosión de Internet, desde donde se puede acceder a
mucha información, lo que, en parte, sustituye al docente” (Clarín, 24/5/13).
Aquellas declaraciones
resultaron perturbadoras en los ambientes académicos, donde llamó la atención
que Eco, como dijeron algunos, se hubiera puesto “tan reaccionario”. Intentaron
rebatirlo con un griterío impotente, tan impotente como el “elitismo” del gran
intelectual que no podía ver -he ahí sus límites de clase- el fondo del
problema.
En principio, se trata
de un problema de democracia social. Si la masividad del alumnado afectara la
excelencia académica sería una cuestión secundaria: entre la excelencia y una
conquista democrática del pueblo trabajador, la elección no puede ofrecer dudas
para un demócrata mínimamente consecuente.
Sin embargo, eso ni
siquiera es así. La universidad, en efecto, está en crisis en todo el mundo y
no por el número de alumnos sino por la creciente incapacidad del capitalismo
decrépito para aplicar la tecnología, los avances científicos, al proceso de la
producción. El tema da para un tratamiento exhaustivo, pero por el momento
veamos el ejemplo de las fibras ópticas, que jamás fueron rentables y se
convirtieron, al decir del Financial Times, en “la hoguera del billón de
dólares”. La ciencia avanza incesante, a pesar del “número de alumnos” y a
pesar sobre todo de los obstáculos que le presenta el régimen social, pero eso
no deriva siquiera en un aumento de la productividad. Por eso, en todas partes,
se intenta limitar el número de alumnos, se reservan las universidades, como
propone Eco, a “elites” (Harvard, por ejemplo) y se las quiere transformar cada
vez más, como decía Borges, en productoras de “bestias especializadas”; al
servicio, añadimos nosotros, de los pulpos imperialistas.
En otro régimen social
el número de alumnos resultaría escaso y habría que buscar las maneras de
incrementarlo, lo cual produciría una mayor excelencia académica. Uno de los
grandes físicos del siglo XX, Robert Oppenheimer, trabajó con niños de la calle
y los puso ante problemas de la física que ellos pudieron resolver en la
práctica con más facilidad que la mayoría de los niños escolarizados. De esa
manera, Oppenheimer quiso mostrar la cantidad de talento que la miseria echa al
desperdicio.
La solución a la crisis
universitaria no está en la universidad misma sino en la sociedad toda, que
necesita reorganizarse, revolución mediante, sobre otras bases.
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