La
vida concluye inexorablemente en la muerte.
La
persona no es solo un conjunto de funciones fisiológicas, sustentada en una
organización celular altamente sofisticada y un inmenso desarrollo de las funciones
neurológicas y psicológicas que lo sitúan en lo más alto de la evolución de las
especies, sino además (y por lo anterior) un sujeto histórico, situado en un
determinado contexto social, cultural, económico y político.
Es un actor
consciente.
Enfrentaremos
la muerte, de acuerdo al contexto en que ella nos encuentre.
Y
por supuesto, de acuerdo a nuestra integridad como sujetos, tanto en el plano
somático, como en la conciencia de nuestra propia percepción.
Indudablemente,
las circunstancias de la muerte son individuales, incomparables y únicas.
No
obstante, existen circunstancias que rodean al individuo, que no son exclusivas
de esa individualidad.
De
manera que las características del entorno social, económico, político y
cultural, modelan un escenario que puede resultar común y en él se insertan las
particularidades en cada uno de los casos.
En
un sentido, se muere como se vivió.
La
sociedad de clases establece las diferencias entre explotadores y explotados
durante la vida.
¿Por
qué no iba a ser así frente la muerte?
Las
posibilidades económicas de un individuo, de una familia, de toda una clase
social, condicionan el acceso a la salud a lo largo de la vida, incluyendo su
final.
Las
diferencias de clase se expresan agudamente cuando la salud tambalea.
El
acceso a un sistema de salud fragmentado, atravesado por intereses que
sostienen el negocio capitalista de la salud, determinado en su totalidad por
su valor de mercado, es diferente para cada clase social.
Lo
mismo pasa frente a la estación final de la vida.
La
distanasia -el encarnizamiento terapéutico u obstinación terapéutica- aparece
nuevamente en escena.
Se
trata de distinguir si frente a un proceso irrevocable, la intervención del
médico, del equipo de salud, excede a las posibilidades reales de recuperación
del individuo.
El
criterio de irreversibilidad, se sustenta en el conocimiento acabado de la
situación del individuo, y debe despejar las dudas sobre las posibilidades de
revertir el proceso en marcha. La imposibilidad de supervivencia y calidad de
vida debe ser fehacientemente establecida y documentada en términos académicos.
La
distanasia intenta prolongar artificialmente la vida, retrasando el
advenimiento de la muerte inexorable.
Distinto
es brindar todos los recursos necesarios y adecuados, para asistir al enfermo.
No
ya ante la muerte sino a lo largo de la vida.
En
la organización social del capitalismo, la medicina también responde al
criterio de división de las clases.
Y
obviamente, con mayor poder adquisitivo se accede a mejores recursos, incluyendo
la salud.
Al
mismo tiempo, podemos comprobar diariamente, que la salud pública esta hundida
en una crisis interminable, desfinanciada, carente de presupuesto que garantice
la disponibilidad de tecnología solo accesible para las clases de mayores
recursos económicos. Ni que decir, sostenida por trabajadores explotados que
enfrentan la realidad de los enfermos que anuncian sus propios destinos.
No
hay muerte digna sin vida digna.
La
cercanía de la muerte, es una conmoción total y deja al desnudo la desigualdad
social.
En
un aspecto individual, podremos resolver las cuestiones referentes a la inutilidad
de procedimientos terapéuticos que ofician como recursos fantásticos, frente a
una situación irreversible.
Individualmente,
asiste al enfermo, a la persona, decidir por si mismo sobre su desenlace
inminente.
La
leyes 26529 y 26742 contemplan y regulan la autonomía de la voluntad, la
aceptación o el rechazo de determinadas terapias o procedimientos médicos o
biológicos, con o sin expresión de causa, como así también la revocación
posterior de su manifestación de voluntad.
Sin
embargo, la ortotanasia o muerte digna - la actuación correcta
ante la enfermedad incurable y la muerte- exige construir una sociedad sobre
nuevas bases, una sociedad sin clases.
Ante
la vida, mucho antes que la muerte, luchamos por la existencia.
Luchamos
por una sociedad de iguales, sin prerrogativas ni distinciones de clase.
No
podemos evitar ni sustituir la conmoción de la muerte, pero podemos terminar
con la desigualdad entre los hombres.
Luis
Trombetta
Agosto
2015
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