domingo, 30 de agosto de 2015

Entre la distanasia y la autonomía de la voluntad.

La vida concluye inexorablemente en la muerte.
La persona no es solo un conjunto de funciones fisiológicas, sustentada en una organización celular altamente sofisticada y un inmenso desarrollo de las funciones neurológicas y psicológicas que lo sitúan en lo más alto de la evolución de las especies, sino además (y por lo anterior) un sujeto histórico, situado en un determinado contexto social, cultural, económico y político. 
Es un actor consciente.
Enfrentaremos la muerte, de acuerdo al contexto en que ella nos encuentre.
Y por supuesto, de acuerdo a nuestra integridad como sujetos, tanto en el plano somático, como en la conciencia de nuestra propia percepción.
Indudablemente, las circunstancias de la muerte son individuales, incomparables y únicas.
No obstante, existen circunstancias que rodean al individuo, que no son exclusivas de esa individualidad.
De manera que las características del entorno social, económico, político y cultural, modelan un escenario que puede resultar común y en él se insertan las particularidades en cada uno de los casos.
En un sentido, se muere como se vivió.
La sociedad de clases establece las diferencias entre explotadores y explotados durante la vida.
¿Por qué no iba a ser así frente la muerte?
Las posibilidades económicas de un individuo, de una familia, de toda una clase social, condicionan el acceso a la salud a lo largo de la vida, incluyendo su final.
Las diferencias de clase se expresan agudamente cuando la salud tambalea.
El acceso a un sistema de salud fragmentado, atravesado por intereses que sostienen el negocio capitalista de la salud, determinado en su totalidad por su valor de mercado, es diferente para cada clase social.
Lo mismo pasa frente a la estación final de la vida.
La distanasia -el encarnizamiento terapéutico u obstinación terapéutica- aparece nuevamente en escena.
Se trata de distinguir si frente a un proceso irrevocable, la intervención del médico, del equipo de salud, excede a las posibilidades reales de recuperación del individuo.
El criterio de irreversibilidad, se sustenta en el conocimiento acabado de la situación del individuo, y debe despejar las dudas sobre las posibilidades de revertir el proceso en marcha. La imposibilidad de supervivencia y calidad de vida debe ser fehacientemente establecida y documentada en términos académicos.
La distanasia intenta prolongar artificialmente la vida, retrasando el advenimiento de la muerte inexorable.
Distinto es brindar todos los recursos necesarios y adecuados, para asistir al enfermo.
No ya ante la muerte sino a lo largo de la vida.
En la organización social del capitalismo, la medicina también responde al criterio de división de las clases.
Y obviamente, con mayor poder adquisitivo se accede a mejores recursos, incluyendo la salud.
Al mismo tiempo, podemos comprobar diariamente, que la salud pública esta hundida en una crisis interminable, desfinanciada, carente de presupuesto que garantice la disponibilidad de tecnología solo accesible para las clases de mayores recursos económicos. Ni que decir, sostenida por trabajadores explotados que enfrentan la realidad de los enfermos que anuncian sus propios destinos.
No hay muerte digna sin vida digna.
La cercanía de la muerte, es una conmoción total y deja al desnudo la desigualdad social.
En un aspecto individual, podremos resolver las cuestiones referentes a la inutilidad de procedimientos terapéuticos que ofician como recursos fantásticos, frente a una situación irreversible.
Individualmente, asiste al enfermo, a la persona, decidir por si mismo sobre su desenlace inminente.
La leyes 26529 y 26742 contemplan y regulan la autonomía de la voluntad, la aceptación o el rechazo de determinadas terapias o procedimientos médicos o biológicos, con o sin expresión de causa, como así también la revocación posterior de su manifestación de voluntad.
Sin embargo, la ortotanasia o muerte digna - la actuación correcta ante la enfermedad incurable y la muerte- exige construir una sociedad sobre nuevas bases, una sociedad sin clases.
Ante la vida, mucho antes que la muerte, luchamos por la existencia.
Luchamos por una sociedad de iguales, sin prerrogativas ni distinciones de clase.
No podemos evitar ni sustituir la conmoción de la muerte, pero podemos terminar con la desigualdad entre los hombres.

Luis Trombetta
Agosto 2015 

domingo, 2 de agosto de 2015

El hombre de amianto. La deuda de Wadja

El hombre de amianto

Wajda tiene una deuda con la humanidad.
El polaco, de 89 años, de una extensa filmografía, combatió en las filas polacas contra la invasión hitleriana.
Filmó en el este europeo durante décadas.
Retrató al hombre de mármol, al de hierro y al de la esperanza.
Pero nos falló.
No conoció (¿o sí?) al hombre de amianto.
Un hombre que superó las más difíciles dificultades de la vida.
En la encrucijada ante el fuego, no dudó y saltó junto a su compañera, salvando ambos la vida.
Al borde la muerte en las aguas de Ramallo tuvo resto para vencer al río.
Siempre en la escena, con humildad, con fe y esperanza.
Con deporte y con pasión.
Y prometiendo la inversión de capitales, esos que él mismo invitó a la argentina.
Ese es el hombre de amianto.
El que se despegó de Carlos Saúl.
El que sobrevivió a Don Eduardo.
El que acompañó a Néstor.
El que se fumó al kirchnerismo.
El que lleva la fórmula presidencial heredera de la década ganada.
No caben las páginas para describir a ese, nuestro hombre.
El que fue denostado por ministros, ninguneado por todos y adjudicatario de las peores sospechas.
Al que le impusieron un comisario político que ahora es uno de sus mejores admiradores.
En fin, no quiero aburrir.
El que en palabras del vice presidente, da garantías.
Si.
Daniel.
El hombre de amianto.
Lo ha demostrado en el almuerzo con la diva número uno.
Porque contra la opinión del pensamiento nacional, hoy almorzó en la mesa de la Corpo, con la anfitriona que osó llamar dictadora a la presidenta, y con dos periodistas (aunque ella brama contra Brancatelli en su programa pero se dice amiga de Daniel), uno de ellos el más odiado por el gobierno, autor del libro que lleva la foto de la presidenta en su tapa y que presentó en la mesa. 
El candidato se debió haber atragantado.
"Nuestro hombre", mientras escuchaba, se comía los fideos con salsa con la mayor tranquilidad.
¡Hasta su esposa pidió serenidad en la mesa!
Wadja nos debe la culminación de su obra cinematográfica.
Todavía tiene tiempo.
El guión se sigue escribiendo.